Ir al contenido principal

Diamante

Podría haber esquivado todos tus puñales directos a mi pulmón izquierdo, pero decidí ser la suela de tus zapatos para no separarme jamás de ti, para no dejar que mis manos parasen de bailar sobre el carro de tu cuerpo, me he entretenido en pegarle bocados a la vida, en actuar como la payasa, en querer ese diamante brillante, pero duro, sin posibilidad de raspar...y ahora te digo que me has pulido tanto que no queda más que polvo de talco entre tus párpados. Te quise a mi lado por si sufría avería...pero hoy soy el rival más débil dentro de mis pantalones...ahora voy en busca de aire, no quiero que vengan manos a cobrarme, me quedo en el festín de mi incertidumbre, con las cicatrices curadas y que tanto me gusta lamer. El tequila con sal y limón es una buena cura...

Comentarios

Entradas populares de este blog

DE LA SIMETRIA INTERPLANETARIA de JULIO CORTÁZAR

Apenas desembarcado en el planeta Faros, me llevaron los farenses a conocer el ambiente físico, fitogeográfico, zoogeográfico, político-económico y nocturno de su ciudad capital que ellos llaman 956. Los farenses son lo que aquí denominaríamos insectos; tienen altísimas patas de araña (suponiendo una araba verde, con pelos rígidos y excrecencias brillantes de donde nace un sonido continuado, semejante al de una flauta y que, musicalmente conducido, constituye su lenguaje); de sus ojos, manera de vestirse, sistemas políticos y procederes eróticos hablaré alguna otra vez. Creo que me querían mucho; les expliqué, mediante gestos universales, mi deseo de aprender su historia y costumbres; fui acogido con innegable simpatía. Estuve tres semanas en 956; me bastó para descubrir que los farenses eran cultos, amaban las puestas de sol y los problemas de ingenio. Me faltaba conocer su religión, para lo cual solicité datos con los pocos vocablos que poseía -pronunciándolos a través de un silbato

LA MUÑECA DE MODISTA de AGATHA CHRISTIE

La muñeca descansaba en la gran silla tapizada de terciopelo. No había mucha luz en la estancia, pues el cielo de Londres aparecía oscuro. En la suave y gris penumbra se mezclaban los verdes de las cortinas, tapices, tapetes y alfombras. La muñeca, cuya cara semejaba una mascarilla pintada, yacía sobre sus ropas y gorrito de terciopelo verde. No era la clásica que acunan en sus bracitos las niñas. Era un antojo de mujer rica, destinada a lucir junto al teléfono, o entre los almohadones de un diván. Y así permanecía nuestra muñeca, eternamente fláccida, a la vez que extrañamente viva. Sybil Fox se apresuraba en terminar el corte y preparación de un modelo. De modo casual sus ojos se detuvieron un momento en la muñeca, y algo extraño en ella captó su interés. No obstante, fue incapaz de saber qué era, y en su mente se abrió una preocupación más positiva. «¿Dónde habré puesto el modelo de terciopelo azul? -se preguntó-. Estoy segura de que lo tenía aquí mismo.» Salió al rellano y gritó: -