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Diamante

Podría haber esquivado todos tus puñales directos a mi pulmón izquierdo, pero decidí ser la suela de tus zapatos para no separarme jamás de ti, para no dejar que mis manos parasen de bailar sobre el carro de tu cuerpo, me he entretenido en pegarle bocados a la vida, en actuar como la payasa, en querer ese diamante brillante, pero duro, sin posibilidad de raspar...y ahora te digo que me has pulido tanto que no queda más que polvo de talco entre tus párpados. Te quise a mi lado por si sufría avería...pero hoy soy el rival más débil dentro de mis pantalones...ahora voy en busca de aire, no quiero que vengan manos a cobrarme, me quedo en el festín de mi incertidumbre, con las cicatrices curadas y que tanto me gusta lamer. El tequila con sal y limón es una buena cura...
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EL REY DE LOS MONOS (ANONIMO)

Cuando el rey de los monos se enteró de dónde moraba el Buda predicando la Enseñanza, corrió hacia él y le dijo: -Señor, me extraña que siendo yo el rey de los monos no hayáis enviado a alguien a buscarme para conocerme. Soy el rey de millares de monos. Tengo un gran poder. El Buda guardó el noble silencio. Sonreía. El rey de los monos se mostraba descaradamente arrogante y fatuo. -No lo dudéis, señor -agregó-, soy el más fuerte, el más rápido, el más resistente y el más diestro. Por eso soy el rey de los monos. Si no lo creéis, ponedme a prueba. No hay nada que no pueda hacer. Si lo deseáis, viajaré al fin del mundo para demostrároslo. El Buda seguía en silencio, pero escuchándolo con atención. El rey de los monos añadió: -Ahora mismo partiré hacia el fin del mundo y luego regresaré de nuevo hasta vos. Y partió. Días y días de viaje. Cruzó mares, desiertos, dunas, bosques, montañas, canales, estepas, lagos, llanuras, valles... Finalmente, llegó a un lugar en el que se encontró con cin

LA MUÑECA DE MODISTA de AGATHA CHRISTIE

La muñeca descansaba en la gran silla tapizada de terciopelo. No había mucha luz en la estancia, pues el cielo de Londres aparecía oscuro. En la suave y gris penumbra se mezclaban los verdes de las cortinas, tapices, tapetes y alfombras. La muñeca, cuya cara semejaba una mascarilla pintada, yacía sobre sus ropas y gorrito de terciopelo verde. No era la clásica que acunan en sus bracitos las niñas. Era un antojo de mujer rica, destinada a lucir junto al teléfono, o entre los almohadones de un diván. Y así permanecía nuestra muñeca, eternamente fláccida, a la vez que extrañamente viva. Sybil Fox se apresuraba en terminar el corte y preparación de un modelo. De modo casual sus ojos se detuvieron un momento en la muñeca, y algo extraño en ella captó su interés. No obstante, fue incapaz de saber qué era, y en su mente se abrió una preocupación más positiva. «¿Dónde habré puesto el modelo de terciopelo azul? -se preguntó-. Estoy segura de que lo tenía aquí mismo.» Salió al rellano y gritó: -

DE LA SIMETRIA INTERPLANETARIA de JULIO CORTÁZAR

Apenas desembarcado en el planeta Faros, me llevaron los farenses a conocer el ambiente físico, fitogeográfico, zoogeográfico, político-económico y nocturno de su ciudad capital que ellos llaman 956. Los farenses son lo que aquí denominaríamos insectos; tienen altísimas patas de araña (suponiendo una araba verde, con pelos rígidos y excrecencias brillantes de donde nace un sonido continuado, semejante al de una flauta y que, musicalmente conducido, constituye su lenguaje); de sus ojos, manera de vestirse, sistemas políticos y procederes eróticos hablaré alguna otra vez. Creo que me querían mucho; les expliqué, mediante gestos universales, mi deseo de aprender su historia y costumbres; fui acogido con innegable simpatía. Estuve tres semanas en 956; me bastó para descubrir que los farenses eran cultos, amaban las puestas de sol y los problemas de ingenio. Me faltaba conocer su religión, para lo cual solicité datos con los pocos vocablos que poseía -pronunciándolos a través de un silbato

UNA BROMA EXTRAÑA de AGATHA CHRISTIE

-Y ésta -dijo Jane Helier completando la presentación- es la señorita Marple. Como era actriz, supo darle entonación a la frase, una mezcla de respeto y triunfo. Resultaba extraño que el objeto tan orgullosamente proclamado fuese una solterona de aspecto amable y remilgado. En los ojos de los dos jóvenes que acababan de trabar conocimiento con ella gracias a Jane, se leía incredulidad y una ligera decepción. Era una pareja muy atractiva; ella, Charmian Straud, esbelta y morena... él era Eduardo Rossiter, un gigante rubio y afable. Charmian dijo, algo cortada: -¡Oh!, estamos encantados de conocerla. Mas sus ojos no corroboraban tales palabras y los dirigió interrogadores a Jane Helier. -Querida -dijo ésta, respondiendo a la mirada-, es maravillosa. Déjenselo todo a ella. Te dije que la traería aquí y eso he hecho -se dirigió a la señorita Marple-. Usted lo arreglará. Le será fácil. La señorita Marple volvió sus ojos de un color azul porcelana hacia el señor Rossiter. -¿No quiere decirme

NO SE CULPE A NADIE de JULIO CORTAZAR

El frío complica siempre las cosas, en verano se está tan cerca del mundo, tan piel contra piel, pero ahora a las seis y media su mujer lo espera en una tienda para elegir un regalo de casamiento, ya es tarde y se da cuenta de que hace fresco, hay que ponerse el pulóver azul, cualquier cosa que vaya bien con el traje gris, el otoño es un ponerse y sacarse pulóveres, irse encerrando, alejando. Sin ganas silba un tango mientras se aparta de la ventana abierta, busca el pulóver en el armario y empieza a ponérselo delante del espejo. No es fácil, a lo mejor por culpa de la camisa que se adhiere a la lana del pulóver, pero le cuesta hacer pasar el brazo, poco a poco va avanzando la mano hasta que al fin asoma un dedo fuera del puño de lana azul, pero a la luz del atardecer el dedo tiene un aire como de arrugado y metido para adentro, con una uña negra terminada en punta. De un tirón se arranca la manga del pulóver y se mira la mano como si no fuese suya, pero ahora que está fuera del pulóve

ARTHUR CONAN DOYLE: LA AVENTURA DEL DETECTIVE AGONIZANTE

La señora Hudson, la patrona de Sherlock Holmes, tenía una larga experiencia de sufrimiento. No sólo encontraba invadido su primer piso a todas horas por bandadas de personajes extraños y a menudo indeseables, sino que su notable huésped mostraba una excentricidad y una irregularidad de vida que sin duda debía poner duramente a prueba su paciencia. Su increíble desorden, su afición a la música a hora extrañas, su ocasional entrenamiento con el revólver en la habitación, sus descabellados y a menudo malolientes experimentos científicos, y la atmósfera de violencia y peligro que le envolvía, hacían de él el peor inquilino de Londres. En cambio, su pago era principesco. No me cabe duda de que podría haber comprado la casa por el precio que Holmes pagó por sus habitaciones en los años que estuve con él. La patrona sentía el más profundo respeto hacia él y nunca se atrevía a llamarle al orden por molestas que le parecieran sus costumbres. Además, le tenía cariño, pues era un hombre de notab